domingo, 29 de junio de 2008

MALCOLM LOWRY EN LA CASONA CARTONERA

Presentación de Salvando el Eden de Lowry en el Museo La Casona, Cuernavaca, Morelos. 27 de junio de 2008 (aniversario 51 de la muerte de Malcolm Lowry).

foto de dany hurpin
José N Iturriaga, John Prigge y Rocato (atras, una escultura de John Spencer)
foto de dany hurpin
Portadas de Salvando el Edén de Lowry. Artistas: Kenia Cano, Cisco Jiménez, Armando Brito, J. Murillo y Lalo Lugo.

viernes, 27 de junio de 2008

SALVANDO EL EDEN DE LOWRY

Presentación del libro Salvando el Edén de Lowry.

Viernes 27 de junio

7 de la noche

Museo La Casona A.C.

CUERNAVACA, MORELOS - MÉXICO

Ediciones La Cartonera presenta su tercer título, Salvando el Edén de Lowry, homenaje a John Spencer, publicado en colaboración con el Museo La Casona, la editorial la rana del sur y un grupo de pintores radicados en Cuernavaca.

Esta presentación coincide con el aniversario 51 de la muerte de Malcolm Lowry, ocurrida el 27 de junio de 1958.

Salvando el Edén de Lowry es el nombre de un ensayo escrito por John Spencer en la época que intentaba rescatar la última casa que habitara Malcolm Lowry en Cuernavaca. Spencer creó un movimiento en defensa de la reconstrucción y protección de este sitio histórico, pero finalmente la casa fue convertida en hotel. Como testimonio de los sentimientos e ideas que inspiraron su cruzada, Spencer escribió el ensayo Saving Lowry's Eden (Salvando el Edén de Lowry), donde cita una breve pero significativa oración de Bajo el Volcán, la célebre novela de Lowry: "No se puede vivir sin amar". A partir de este mensaje, Spencer ofrece su visión de lo que debemos entregar al mundo:

Lo escrito en la casa de M. Laruelle: "no se puede vivir sin amar", es un mensaje más urgente que nunca. Alguien tiene que comenzar en algún lado y pronto. ¿Qué mejor comienzo que rescatar la casa y el jardín de este gran y compasivo escritor? Sería un gesto para salvar el edén que es el mundo entero… Porque es nuestro… "

Salvando el Edén de Lowry es un libro de arte. Incluye una presentación de John Prigge y Félix García, además de una cronología de John Spencer. La edición consta de 100 ejemplares elaborados artesanalmente. Las portadas de 70 de ellos fueron realizadas por los artistas gráficos: Armando Brito, Cisco Jiménez, Dany Hurpin, Kenia Cano, Lalo Lugo, Murillo y Valeria Lopez. 30 portadas contienen un fragmento de una pintura de Spencer (fotografía de Óscar Menéndez).

La presentación de Salvando el Edén de Lowry estará a cargo del escritor José Iturriaga, John Prigge, del Museo La Casona, y Rocato, de La Cartonera.

Inspirada en otros proyectos editoriales “cartoneros” de América Latina, Ediciones La Cartonera nació en Cuernavaca a principios de este año 2008 con la publicación de El silencio de los sueños abandonados, un cancionero con disco compacto del cantautor Kristos, con portadas realizadas por el fotógrafo Dany Hurpin. El segundo título publicado es Cristo en Cuernavaca, del autor norteamericano Howard Fast, con portadas realizadas por la artista gráfica Valeria López y prólogos de Kenia Cano, Javier Sicilia, Francisco Rebolledo. Próximamente, editaremos obras de Rocato, Joseantonio Suárez y Mario Santiago Papasquiaro.


jueves, 12 de junio de 2008

EDITORIALES CARTONERAS DE AMÉRICA LATINA

“Hay un espíritu más o menos anarco que nos abarca a todos”

Diario Página 12 de Argentina

Martes 3 de junio de 2008

Eloísa Cartonera, de la Argentina, marcó el camino, pero la iniciativa se expandió. Hoy, Animita (Chile), Mandrágora (Bolivia), Sarita (Perú), Yiyi Yambo (Paraguay) y La Cartonera (México), entre otras, integran el trabajo de cartoneros, artistas plásticos y escritores.

Por Silvina Friera
http://static.pagina12.com.ar/fotos/espectaculos/20080603/notas_e/na31fo02.jpg
Libros artesanales, con tapas pintadas a mano, páginas fotocopiadas y tiradas limitadas son los elementos en común.

El Mercosur de editoriales cartoneras empezó a funcionar en un pequeño espacio cultural de Almagro, “No hay cuchillos sin rosas”, sobre la calle Guardia Vieja, donde nació la irreverente y colorida Eloísa Cartonera. Washington Cucurto, Javier Barilaro y Fernanda Laguna crearon este proyecto comunitario sin fines de lucro que, desde 2003, integra el trabajo de cartoneros, artistas plásticos y escritores en la edición de libros artesanales, elaborados con cajas de cartón, con tapas pintadas a mano, páginas fotocopiadas y tiradas limitadas, de 500 a 1000 ejemplares, de narradores y poetas de toda América latina. El fenómeno se expandió en Perú con Sarita Cartonera; en Chile con Animita; en Bolivia con Mandrágora y Yerba Mala; en Paraguay con Yiyi Yambo; en Brasil con Dulcinéia Catadora, y la más reciente en México, La Cartonera. Ahora mudada al barrio de La Boca, sobre Brandsen al 600, a metros de la Bombonera, la madre de todas las editoriales cartoneras invita a quedarse, a tomar mate, a escuchar cumbia y salsa en la vereda, mientras se hacen los libros con pinceles, témperas y cartones, a la vista de los vecinos y turistas que merodean por la zona. En el pequeño local, los libros publicados y agrupados en varios estantes dan cuenta de la diversidad del catálogo de Eloísa, con más de cien títulos publicados. Conviven, entre otros, César Aira y Ricardo Piglia, Leónidas Lamborghini y Enrique Lihn, Alan Pauls (ver página 32) y Mario Bellatin, Fogwill y Andrés Caicedo, Arturo Carrera y Ricardo Zelarrayán.

“La Osa”, de cartonera a famosa

Miriam Sánchez, más conocida como “la Osa”, tiene 23 años y la remera de Boca gastada de tanto uso. Dejó de cartonear en las calles hace seis meses. Ahora, como todos, cumple múltiples funciones, desde pintar hasta distribuir los libros en las librerías, ferias, puestos callejeros e instituciones como la Universidad de las Madres y el Centro Cultural de la Cooperación, entre otras. Llega contenta, vendió todos los ejemplares en La Boutique del Libro de Palermo, y su sonrisa abraza al barrio. Uno quisiera llevarse a esta mujer a todas partes para escucharla y que cuente sus historias. “Yo era cartonera y siempre pasaba con mi carro. Quería saber qué era, entrar. Y le dije a mi marido, pero no tenía ninguna excusa porque no tenía buen cartón. Un día pedí pasar al baño para chusmear. Entré, hice como que fui al baño, pinté una tapa y me fui. Después de cinco meses me decidí a venir a trabajar acá, pero me recostó dejar el carro”, confiesa la Osa, que todos los días viaja de La Plata hasta La Boca. “Me gusta ser famosa, que me hagan entrevistas, que me saquen fotos”, admite y revela que sus libros preferidos son Salón de belleza, de Bellatin, y “La cartonerita”, un poema de Cucurto. “Yo le digo a mi familia y amigos que ese poema me lo dedicó a mí, pero es mentira. Y mi familia dice: ‘¡Mirá vos, la Osa, de cartonera a famosa...!’”

María Gómez, 26 años, estudiante de Comunicación, señala que lo mejor que se puede decir sobre el surgimiento de las editoriales cartoneras lo planteó el escritor boliviano Crispín Portugal, uno de los fundadores de Yerba Mala. “El dice que ya no importa si alguien cae en esta lucha porque otros vendrán. Este fenómeno no es de nadie, es algo que está en movimiento y que es imparable”, asegura Gómez. Uno de los “proveedores oficiales” de cartón es Oscar, un vecino del barrio que consigue cajas de cartón sin manchas. “A él se le paga 25 centavos por caja, que sería más o menos $ 1,50 el kilo, depende del tamaño de las cajas, cuando en los depósitos les pagan 40 centavos el kilo”, compara. Una vez que tienen el cartón, se corta y se pintan con témperas los nombres de la obra y del autor, se encuaderna la tapa junto con el cuerpo de la obra que sale, tibiecito como pan caliente, de la pequeña máquina Multilith 550, que maneja Renzo, y... listo el libro para quien lo quiera comprar. El costo de los ejemplares oscila entre 8 y 15 pesos, pero hay una promoción, para los que compran en el local, de 3 libros a 10 pesos.

La santa de las prostitutas

Sarita, la cartonera peruana, nació en los primeros meses de 2004 con cuatro títulos: Cara de ángel, de Oswaldo Reynoso; El arte nazi, de Santiago Roncagliolo (ver pág 32); Fuga última, de Aldo Miyashiro, y Ayer, del chileno Juan Emar. “En ese momento había muy pocas editoriales independientes en Perú, entonces tuvimos mucho eco. Aunque los autores y la prensa nos trataban muy bien, las librerías no querían nuestros libros”, recuerda Jaime Vargas Luna (Junín, 1980), que estudió Literatura en la Universidad de San Marcos en Lima, dirige otra editorial llamada [sic] y preside la Alianza Peruana de Editores. El cambio de actitud fue durante la Feria del Libro de Lima en 2005 cuando Sarita, tan desprejuiciada, colorida y rotunda, lanzó Underwood portátil modelo 1915, de Bellatin. “Como la única edición del libro era la nuestra, la vendimos muy bien. Eso ocasionó que la cadena Crisol de librerías nos buscase para distribuir ese título en su cadena y, con ello, entramos a las demás y con todo el catálogo”, precisa el editor, catálogo que hasta la fecha está integrado por cuarenta títulos, que incluyen libros de Fernando Iwasaki (ver aparte), Pedro Lemebel, Daniel Alarcón, Rodrigo Hasbún y Luisa Valenzuela, entre otros. “Sarita Colonia es el nombre del mayor icono popular limeño, quizás incluso peruano –revela Vargas Luna–. Es una santa no oficial, no católica. La santa de los choferes de buses, de las prostitutas. Era el nombre perfecto para lo que queríamos.”

Al principio, los fundadores de Sarita publicaban a escritores peruanos inéditos pero, con la irrupción de otras editoriales independientes, cambiaron de estrategia y decidieron publicar a escritores latinoamericanos cuyos libros no llegaban a Perú; o llegaban, pero a precios inaccesibles. Poco a poco, fueron sacando libros de Piglia, Haroldo de Campos, Margo Glantz o Diamela Eltit. Vargas Luna sostiene que todas las experiencias cartoneras comparten un horizonte semejante. “El trasfondo común tiene que ver con la necesidad de acercar la literatura a la calle y evidenciar la calle en la literatura; y también con cruzar fronteras y generar movimientos colectivos. Los catálogos de cada cartonera tienen sus propias búsquedas, pero hay un espíritu más o menos anarco, más o menos desacralizante, que nos abarca a todos.”

¿Qué diablos es ser callejera?

Ximena Ramos comenta que Animita Cartonera empezó a funcionar a fines de 2006, cuando lanzaron siete libros de Gonzalo Millán, Carmen Berenguer, Mauricio Electorat, Teresa Wilms Montt y José Santos González Vera, entre otros. “Salimos con bombos y platillos, al menos mediáticamente, cosa que nos ayudó bastante para poder dar a conocer el proyecto”, confiesa Ramos, que estudió Literatura en la Universidad Diego Portales. En cuanto a las reacciones que generó la aparición de Animita, que ya lleva publicados 18 títulos y tiene en su catálogo, entre otros, al poeta Raúl Zurita (ver aparte), Ramos detalla que hubo “desde el apoyo absoluto e incondicional a los chismes por la espalda, del tipo ‘son chicas burguesas que arman una cartonera’, como si tuviésemos que estar sentadas en la cuneta con una actitud entendida como ‘callejera’. ¿Qué diablos es eso? Para poder ser válidas para algunos”, se enoja, con razón, Ramos. Las animitas son pequeñas grutas generalmente en forma de casitas, del tamaño de una caja pequeña, dispuestas en las orillas de los caminos cuando ocurre un accidente en la calle, una muerte injusta que no debió ocurrir. “Es algo objetual que toma características divinas, que habita las calles y que puedes encontrar del norte al sur, sin exclusiones”, cuenta la editora.

Animita forma parte de Editores de Chile, una asociación paralela a la Cámara Chilena del Libro, conformada por editoriales independientes. “Nos hicimos socias porque nos ayuda a la hora de lograr ciertos objetivos, como poder ir a ferias colectivamente, llegar a acuerdos, ser parte de la discusión del libro y la lectura, proponer iniciativas y un sinfín de puntos que, muchas veces, se logran colectivamente y no siempre luchando solo”, plantea Ramos. “La relación con las macroeditoriales es nula. Es más, dudo de que nos conozcan.” Calidad, proyección y viabilidad son las claves del catálogo de Animita, que este año incorporará a autores como Daniel Alarcón, Gonzalo Garcés y José Kozer, entre otros. “Nosotras damos a conocer autores en un formato que llega justamente a quien no se puede comprar ni tiene acceso a un libro Anagrama”, compara la editora.

Tiempos de revancha

A principios de 2006, los escritores bolivianos Darío Luna, Crispín Portugal y Roberto Cáceres querían publicar en el mercado editorial más pequeño de América latina (1.200.000 personas no saben leer ni escribir). “Estuvimos un poco angustiados, pues había mucho que decir, sobre todo de El Alto; y luego de ver las experiencias en la Argentina y Perú, nos decidimos”, recuerda Cáceres. “Publicamos nuestros libros con poca esperanza, pero a la gente le gustó y empezamos a crecer. La recepción por parte del medio intelectual fue en un primer momento reticente, pero posteriormente se integraron”, revela Cáceres, que publicó Línea 257 en YMC, cartonera que cuenta en su catálogo con 17 títulos. “La yerba mala crece en cualquier parte, sobre todo en el lugar que tú menos la desees, y siempre se la quiere extirpar porque es molesta –explica Cáceres–. La vas a sacar y va crecer otra vez. Hemingway decía que los pobres somos como la yerba, crecemos en cualquier parte. Por eso nos ha gustado Yerba Mala, porque nos van a matar, pero van a venir otros atrás... Es una suerte de terquedad por la supervivencia.”

“En 2006, nadie comprendía cómo se había organizado la gente para derrocar al Goni (Gonzalo Sánchez de Lozada), no había un líder, todo el mundo salía a la calle. Podría decirse que Yerba Mala comenzó devolviendo uno de los gases lacrimógenos: valorándonos, encaprichándonos en lo que somos nomás, sin mayores pretensiones. Evo subió y nos reconocimos aún más –admite Cáceres–. Pero ese reconocerse no es hacer una literatura panfletaria, sino una literatura que eleve nuestro imaginario, que construya nuestra cultura, que no es ni la andina pura, ni la camba pura, ni la occidentalizada, sino una mezcla de eso.” El único apoyo que recibe YMC es de los lectores. “Tratamos de apostar a una literatura sin donativos, lastimerías, subvenciones. Existen instituciones que ayudan, ONG, pero hemos visto que seríamos cómplices si recibiéramos su dinero. Creemos que ellos sólo quieren justificar sus dineros y reunirse luego en elegantes hoteles, restaurantes y con ropa de diseño para hablar de la gran ayuda que están haciendo a los pobres. Somos pobres, pero no queremos que sientan piedad por nosotros”, subraya Cáceres. “Ser escritor y editor en Bolivia es quijotesco, romántico, kamikaze o suicida y por eso mismo absolutamente atractivo. Estamos viviendo unos tiempos decisivos, no podemos quedarnos con los brazos cruzados”, sugiere el autor boliviano.

En la ciudad de Cochabamba, Bolivia tiene otra editorial cartonera, Mandrágora, en homenaje a la planta afrodisíaca, pero también a la obra teatral homónima que escribió Nicolás Maquiavelo. Iván Castro Aruzamen (Chuquisaca, 1970) informa que a fines de 2004 decidió con unos amigos llevar adelante el proyecto después de conocer la experiencia de Eloísa. “En nuestra primera presentación, los libros causaron curiosidad y, al mismo tiempo, fue un éxito: hicimos 50 ejemplares de los primeros tres títulos y se vendieron como pan caliente. Hablar de intelectuales en Bolivia es una tontera, porque no hay pensadores y la crítica literaria está en pañales.” Castro Aruzamen, profesor de Literatura y Filosofía en la Universidad Católica de Cochabamba, sostiene que Evo Morales no tiene ninguna significación en el proyecto de la editorial, que ya ha lanzado una veintena de títulos como El pianista, de Piglia; Noches vacías, de Cucurto, y Como la vida misma, de Edmundo Paz Soldán (ver aparte).

“Mandrágora es un proyecto social y cultural, inserto en la lucha contra la deshumanización del neoliberalismo, pero no desde una óptica marxista o socialista. Sabemos que el modelo causa estragos en sectores como los recicladores y que los nuevos parias entre los parias son los cartoneros y chicos de la calle; pero pensar que haciendo libros les vamos a dar un futuro mejor, es una quimera. Sólo buscamos democratizar el acceso al libro y difundir literatura.” Castro Aruzamen reconoce que la relación con sus pares de Yerba Mala es conflictiva. “Ellos defienden abiertamente el proyecto de Evo Morales, y buscan una estética afincada en la literatura de cuño indigenista, marginal, contracultural y todas esas vainas que andan de moda hoy con los populismos.”

Castillos en el aire

El efecto “contagio cartonero” llegó a México, más precisamente a Cuernavaca. La Cartonera acaba de lanzar en febrero sus dos primeros títulos: El silencio de los sueños abandonados, una colección de canciones y un disco compacto de Kristos, y Cristo en Cuernavaca, un relato del escritor norteamericano Howard Fast. Raúl Silva, uno de los fundadores, cuenta que el proyecto ha despertado el interés de los medios de comunicación. “El mercado editorial es un eslabón más de una concepción del mundo basada en el consumo y el desecho. Vivimos dentro de una enorme maquinaria que no se detiene ni se detendrá –alerta Silva–. El vértigo de lo masivo y del éxito es una enfermedad que parece incurable. Por eso estimula pensar y saber que, al margen de esos enormes monstruos editoriales, existen gestos que consisten en construir castillos en el aire.” La Cartonera busca publicar a escritoras y escritoras de la ciudad de Cuernavaca, pero también a autores de otras partes. “Los caminos de la literatura son infinitos. El aporte de las editoriales cartoneras no se puede medir con instrumentos de la mercadotecnia. Su existencia es demasiado silvestre, por suerte. Basta ver las portadas de Eloísa o las de Sarita para entender que no sólo es un acto literario lo que propagan estos proyectos sino también un recorrido museográfico”, plantea Silva.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-10245-2008-06-03.html

© 2000-2008 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

El antecedente mexicano de las cartoneras

Diario Página 12 - Martes 3 de junio de 2008

Raúl Silva de La Cartonera mexicana de Cuernavaca, recuerda al menos el antecedente más cercano de una editorial cartonera. A mediados de la década del ’70, la poeta argentina Elena Jordana creó Ediciones El Mendrugo, que publicó libros de Ernesto Sabato, Octavio Paz y Nicanor Parra, entre otros, en México, Nueva York y Argentina, en ediciones artesanales y tiradas limitadas, con tapas de cartón de embalar y atados con hilo sisal. Vuelta, de Paz, que se publicó en 1971, es un poema de 16 páginas, incluidas en ocho cartoncillos, amarrados con un lazo azul. Tiene un dibujo de Kasuya Sakai y se editaron 75 ejemplares firmados por el autor. Carta a un joven escritor, de Sabato, se publicó en 1974. En el site de la librería Ninon (www.librerianinon.com.ar) se vende un ejemplar a 148 dólares. En www.antiqbook.com otro ejemplar cuesta ¡¡¡377 dólares!!! En el diario La Opinión del 18 de junio de 1975, una nota editorial (“Insólita experiencia artesanal”) informa cómo Jordana, poeta argentina que vivió en Estados Unidos y México, fue gestora y creadora de esta aventura editorial. De regreso a la Argentina y con el apoyo de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y la generosa actitud de Sabato, que cedió sus derechos de autor, se publicó y expuso Carta a un joven escritor en la Feria del Libro de 1974. Cada libro se hacía individualmente entre amigos, con jarras de vino y canciones. "Editar sigue siendo para Elena Jordana un ritual de alegría y bohemia", se lee en el artículo.

HISTORIAS DE UN RECICLAJE LITERARIO

DIARIO PÁGINA 12 de Argentina

Martes 3 de junio de 2008

- Santiago Roncagliolo (escritor peruano): “Los libros son demasiado elitistas. Son caros y largos y la mayoría de la gente cree que son aburridos. Para cambiar esa percepción hacen falta libros baratos y, de ser posible, cortos, que permitan a la gente ir descubriendo la lectura en el bus camino a casa o en el baño. Los cartoneros hacen eso exactamente y a la vez convierten al libro en una pequeña fuente de trabajo para gente que lo necesita. Por todo eso, me pareció un honor que me invitasen al proyecto. También me gustó la factura a mano, que hace de cada libro un ejemplar único con una portada distinta. En cierto sentido, es como comprar un cuadro”.

- Fernando Iwasaki (escritor peruano): “Cuando Tania Silva de Sarita Cartonera (Lima) me invitó a colaborar con un libro cartonero, acepté por varias razones. Primero, porque el proyecto cartonero me pareció genial. Segundo, porque me sentí afín a los autores del catálogo cartonero (Chávez, Aira, Bellatin, Piglia, Roncagliolo, Zavaleta, etc.). Y tercero, porque Mi poncho es un kimono flamenco (2005) es un libro ideal para una edición cartonera, pues deseo compilar bajo ese título las conferencias que imparto en países donde no se habla castellano, porque allí uno siempre termina hablando de la identidad y otras zarandajas que uno provoca por ser un escritor peruano de apellido japonés que vive en Andalucía. De hecho, la edición cartonera de Yerba Mala (Bolivia) tiene más conferencias que la edición de Sarita Cartonera (Perú), y si otra editorial cartonera quisiera publicarlo el contenido de la nueva edición también sería distinto, porque el libro continúa creciendo. Por lo tanto, mi libro es absolutamente ‘cartonero’, porque lo ‘reciclo’ de una edición a otra”.

- Edmundo Paz Soldán (escritor boliviano): “Hace algunos años encontré en una librería de Buenos Aires los libros de Eloísa Cartonera. Había ahí textos que no conocía de Piglia, creo que también de Villoro. El libro como objeto me fascinó, aparte de que era un símbolo de la crisis que en ese momento atravesaba la Argentina, y mostraba que, en el fondo, para la literatura, lo importante no era tanto el preciosismo editorial, sino hacer que el relato –el poema– llegara al lector. Muchas cosas se unían en los libros de Eloísa Cartonera. Me pregunté cómo podía publicar allí. Un par de años después, cuando la editorial cartonera Yerba Mala se abrió en Bolivia, tuve la suerte de que se me pidiera un cuento inédito. El proyecto de las editoriales cartoneras es fascinante por lo solidario, porque se aparta un poco de la maquinaria tradicional del hipermercado de la cultura. Una golondrina no hace verano, dicen, pero en este caso me parece que sí. Ironía de ironías, hace poco encontré algunos libros de editoriales cartoneras en una librería de viejo en Madrid. ¡Eran carísimos! Se los vendía como objeto de colección. El círculo se cierra algunas veces...”

- Raúl Zurita (poeta chileno): “Las ediciones cartoneras son una creación genial, no sólo por lo que son, sino por lo que significan. Hay algo profundamente democrático en su manufactura, en todo lo que interviene: el papel, el cartón de la tapa, la portada única, que tiene algo de ghandiano, una refutación al histerismo de la tecnología y un regreso a la manualidad como si, más incluso que libros, Eloísa Cartonera fuera una propuesta de vida. Un libro adquiere acá otra dimensión, nunca te olvidas del todo del soporte y detrás del poema que lees sientes el latido de la vida concreta, ese telón de fondo de la existencia, que los cartoneros recolectan en la madrugada, de la calle. En lo personal, verme en Eloísa o en Animita Cartonera me alegra porque me ilusiona pensar que el posible lector no leerá sólo un poema, sino ese trasfondo real que finalmente es el destino de toda poesía. No me sorprende entonces que Eloísa Cartonera esté siendo retomada en otros países, porque representa un futuro más que plausible: cuando las grandes imprentas sean unos dinosaurios obsoletos y hayan desaparecido Anagrama, Mondadori, Planeta, sólo existirán los libros electrónicos y los libros hechos a mano, sólo sobrevivirá el Kindle y las ediciones cartoneras”.

- Alan Pauls: “Publiqué en Eloísa porque me gustó el proyecto de una editorial que, en vez de llorar miseria, hacía de la necesidad una virtud, y no una virtud sacrificada, gravosa, sino jovial, incluso festiva. Hay que ver los afiches bailanteros con que Eloísa sabía promover sus libros... Eloísa combina un catálogo de vanguardia con un modo casi alquímico de producir libros –ediciones nacidas de lo que la sociedad desecha–, borroneando las fronteras entre la vida social y el arte. Una vez fui a la vieja sede de Guardia Vieja, a pocas cuadras de Belleza y Felicidad (una institución socioartística prima de Eloísa), y me costó entender dónde estaba, si en una editorial de libros, una madriguera de tipógrafos anarquistas, una kermesse, un taller gráfico, un laboratorio de proyectos sociales o una comunidad post hippie. No creo que haya en Buenos Aires muchas instituciones culturales capaces de producir ese desconcierto”.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/10245-3234-2008-06-03.html

jueves, 5 de junio de 2008